Todo el trabajo de Susana Guerrero (Elche, 1972) es un ejercicio de metamorfosis, de transformación, de alquimia creativa. Desde los personajes que protagonizan sus piezas hasta la hibridación de sus formas o de los materiales empleados. Todo ha sido filtrado por una visión del mundo que aúna la herencia recibida de un tiempo ancestral, mitológico y mágico, con un quehacer analítico y doméstico que indaga en procesos de reparación, de los que deriva la creación de piezas que transmutan la vulnerabilidad en fortaleza, la muerte en vida renovada, el dolor y la herida en fuentes de curación y empoderamiento.
La apropiación y reinterpretación de relatos de hembras decapitadas (Medusa, la Mare dels Peixos, Santa Catalina de Alejandría o Santa Quitéria) responde a una necesidad de sanarlas para convertirlas en heroínas inspiradoras. En este sentido, su creación funciona como un cordón umbilical que rescata cicatrices antiguas para ser reparadas con la precisión y agudeza de una curandera.
Esta es una muestra forjada a fuego lento durante dos años y tejida a dos voces, la de la artista Susana Guerrero y la comisaria Remedios Navarro, que construyen equilibradamente un entramado de enriquecedoras complicidades. La creación de un universo expositivo inspirado en el diálogo compartido, la investigación conjunta de las fuentes y la libre asociación de ideas ha tenido un firme propósito: entender el proceso creativo como parte esencial de la experiencia vital, como reflejo de unas vivencias y reflexiones que el arte es capaz de transformar en materia poética y simbólica para afrontar, desde la revisión del pasado, los retos del presente y del futuro.
Los cimientos de La máquina de sangre se asientan en ese diálogo entre Navarro y Guerrero, por lo que nos ha parecido fundamental mostrar en un mismo plano de importancia todo aquello que se fue construyendo en esos encuentros; las esculturas, dibujos, grabados y piezas finales; los bocetos, ensamblajes y mapas conceptuales; así como las mesas de trabajo y la recolección de los materiales; también los libros y fuentes de referencia, fotografías de piezas artísticas y arqueológicas grecolatinas, orientales o aztecas; los textos mitológicos, antropológicos o alquímicos y las láminas de antiguos tratados anatómicos.
El hilo conductor que sostiene la trama de esta exposición es el concepto del tiempo en continua renovación y atravesado por el principio creador femenino del que todo surge, el recorrido interior por el cuerpo de la madre, encarnado en el símbolo universal del Ouroboros, esa serpiente que se muerde la cola que nos habla de la unidad y continuidad de lo existente.
En nuestra máquina corporal, la sangre, la leche y el agua salina comparten composición, circulan y atraviesan todo por dentro y por fuera, y están presentes en nuestros cuerpos y en nuestros mitos; es por ello que son estos tres elementos los que vertebran esta muestra.
El montaje nos permite el diálogo entre piezas de distintos periodos, rescatadas por la comisaria para encontrar conexiones y vínculos con nuevas lecturas; también el abordaje de la muestra como un conjunto que abarca desde sus fuentes, a sus procesos creativos y, finalmente, la obra acabada, concebida como un ejercicio de hibridación donde se fusionan los metales, la cerámica, el textil y el ensamblaje para conformar piezas e instalaciones de una fuerte carga metafórica que remiten a conceptos como renovación, curación, poder y resistencia.
Esta exposición nos demuestra que las historias heredadas del pasado han conformado nuestra identidad. No obstante, la voluntad de sus remotos creadores tiene mucho que ver con la afirmación de unas conductas, concepciones y valores que ya quedaron atrás hace mucho tiempo. Toca deconstruirlas, resignificarlas y crear una nueva mitología acorde con lo que somos y lo que pensamos. Y eso es lo que hace Susana Guerrero. En su obra la realidad visible e invisible se fusionan creando una urdimbre donde lo atávico y lo actual, la intuición y la razón, la ciencia y la espiritualidad se entrelazan.