La construcción del tiempo y del espacio en Jesús Zuazo
Cuando empezamos a hablar Jesús y yo sobre mi interés en organizar una exposición en el MUA, me indicó que deseaba que tuviera un orden cronológico. De ahí las cuatro partes en las que se divide la exposición –“Primera figuración, 1989-1994”; “Segunda figuración, 1995-1999”; “Primera abstracción, 2000-2005”; y “Segunda abstracción, 2006-2018”-. Como se ve, la exposición recoge los treinta años de carrera artística del pintor y, por eso, asume las dimensiones de una retrospectiva. Simultáneamente, le pedí también que tratara de encontrar un concepto común que estuviera detrás de su recorrido pictórico. Ciertamente, el concepto básico de esta exposición, tal y como reflexiona Zuazo en su artículo para el catálogo, es la construcción del espacio, el auténtico leit motiv de la producción pictórica expuesta.
Pero, tal vez, más que encontrar una respuesta al problemático asunto espacial, la aportación de Jesús Zuazo consiste más bien en formalizar plásticamente la pregunta del sentido del ser humano en el espacio y el tiempo, posiblemente porque sabe que una respuesta definitiva aún no puede ser formulada o porque es consciente que, en el preguntar, se halla la esencia de construirse como ser humano. Además, ese cuestionar y cuestionarse constituye un asunto esencialmente personal, como indican varias de sus obras figurativas en las que aparecen carreteras vacías (El mantel blanco, Escuela, Un día y Highway´s Venus), metáforas de las rutas solitarias y subjetivas de exploración e indagación estética y existencial y, en suma, de los caminos biográficos singulares.
En todo caso, ante todo, cabe decir que Jesús Zuazo considera el tiempo subsumido dentro del espacio -al igual que hacen Euclides, Dante, el filósofo Henry Bergson o el sociólogo Manuel Castells-, ya que señala que en el espacio se “desarrollan los sucesos y asuntos que iba pintando”. Es lo que ocurre, por ejemplo, en Reconstrucción, donde aparece el propio Jesús Zuazo pintando a otro pintor -a él mismo- que tiene emborronado con pintura blanca el rostro y que porta en las manos una paleta, como si quisiera decirnos que se va haciendo pintor al tiempo que experimenta la pintura y que todavía no ha encontrado lo que busca y que es el quehacer y el experimentar lo que realmente le interesa.
Al principio, Zuazo -como él mismo dice- utilizaba el espacio de una manera intuitiva o imitativa. Por ejemplo, en la etapa figurativa, buscó nuevas posibilidades narrativas mediante la yuxtaposición de distintos espacio-tiempos en un mismo “contenedor”. Esos espacios nos hablan de su memoria personal, pero evidentemente ésta nunca puede ser apresada en una unidad biográfica coherente, pues tan solo nos quedan de ella algunos retazos, débiles huellas del acontecer, que nunca más volverá. Así, en Mirando atrás, los personajes quedan enmarcados por espacios rotos y por colores que borran o diluyen las formas de sus cuerpos hasta casi desdibujarlos. No en balde, Jesús es consciente de que la unidad compositiva queda fuera o, peor todavía, que no tiene solución y, por eso -confiesa-, abandona la figuración y se adentra, persiguiendo una mayor libertad, en la abstracción.
La abstracción le posibilitó bucear en la ampliación de posibilidades que le ofrecían los dos tipos de espacio pictórico del siglo XX -el cubista y el abstracto-. Pero, pronto, se dio cuenta de que, al lado de estas oportunidades, surgían igualmente ciertas limitaciones y reducciones. De manera que -reconoce inteligente y críticamente Zuazo- la pintura abstracta se ha convertido en un muro y su espacio en algo indeterminado donde flotan los colores y las formas (lo que ya ocurre desde la Primera acuarela abstracta, 1910-1913, de Kandinsky).
En consecuencia, la preocupación por aprehender las sensaciones corporales y por atraer de nuevo a un público alienado de la pintura abstracta, es lo que ha conducido a Zuazo a acercarse nuevamente en sus abstracciones a los discursos de la pintura figurativa clásica -ilusionistas, para generar volumen o profundidad a través de las sombras, sobretodo, en la segunda etapa de la abstracción, o de los colores-.
El espacio dilatado de la conciencia, el espacio contenido de las emociones
En definitiva, a Jesús Zuazo le interesa la utópica y, a veces, imposible yuxtaposición de los espacios pictóricos cubista y abstracto. En mi opinión, juntos, logran iluminar las sensaciones del artista y, simultáneamente, dejar en una cierta y consciente semipenumbra sus sentimientos más íntimos. De este modo, no puede evitar estar inserto en el programa estético de las vanguardias artísticas, heredero en gran parte de la filosofía kantiana y de la física relativa y cuántica, pero ha aprendido de los límites y fracasos de la pintura contemporánea -y de su propia experimentación- y no ha olvidado la enseñanza de los clásicos.
Pero hay algo más. La ruta de Zuazo coincide también con la de la física contemporánea, la de los mitos antiguos, la de la música, la de la estética y la del conjunto del imaginario humano, que siempre ha perseguido la coincidentia oppositorum, es decir, romper la típica polarización occidental que reducía al mundo a dos planos y que excluía a otro u otros, y trascenderla mediante un tercer plano que lograba conciliar los contrarios en una síntesis pacificadora (la tragedia griega, la sinfonía clásica, las tres naves de las iglesias góticas, Hegel,…). Así es, Jesús Zuazo desea fusionar los postulados espaciales cubistas y abstractos e intenta superar la dicotomía entre el espacio plegado cubista y el infinito de la abstracción. Al concebirlos al unísono y al lado de todas sus polaridades -lo limitado y lo infinito, lo terrestre y lo cósmico, lo material y lo espiritual, lo ordenado y lo caótico, la fractura y el todo, el vacío, la nada y la plenitud, el espacio y el tiempo- consigue manifestar, ciertamente, el espacio dilatado de su conciencia y, en paralelo, el espacio contenido de sus emociones.
Juan A. Roche Cárcel