Justo me pide que le escriba la presentación de su nueva exposición “Semblanzas”. Deambulo en busca de inspiración por el caudal amazónico de la Red. Me encallo en un espeso sinfín de descripciones técnicas, datos biográficos, listados de éxitos profesionales (léase, otras exposiciones, premios, viajes, etc.) y de reseñas laudatorias, plagadas las más de las veces de frases de cajón o de ataúd, como dice un amigo mío. Es la aventura de la complacencia de nuestros tiempos. El grito de la selva se ha transformado en reclamo publicitario.
Decido entonces partir del silencio. Me enfrento a solas a las obras que componen Semblanzas en el estudio de mi amigo, para buscar en ellas el sustrato de su sensibilidad. Lo imagino mirándolas, allí colgadas aún sin marco, como el escritor ante el manuscrito que no acaba aún de dar por bueno. Parte de un ánimo festivo, de eso no hay duda; del color, como pintor que es; de la teatralidad y la extravagancia. Decepciónense los críticos de arte adictos a los discursos políticos o filosóficos subyacentes, porque aquí no los hay. La imaginación del Justo fotógrafo se alimenta de imágenes, colores, sombras, espacios, perspectivas, muecas, movi-mientos…. Todo ello, no obstante, está impregnado de su experiencia compleja, fraguada en la barriada pobre, en la yunta y el arado, en el aula de bellas artes, en el endemoniado y competitivo mundo de los negocios, en soledades saharianas infinitas, en el oropel de cinco estrellas de la farándula, en una canción cantada con su hermana en una de esas reconcilia-ciones de la adolescencia con el mundo…. al calor de una vitalidad pantagruélica y una sed de vida inagotable como el trabajo de Sísifo.
Los personajes de estas semblanzas gráficas surgen de un plano negro sin coordenadas con la fuerza de una alucinación. Parecen vestidos con los restos del naufragio de una compañía de teatro. Se me antojan atemporales, decididos a desempeñar sin titubeos y con la mayor convicción posible el papel que representan, el de sus propias vidas: madre, pintor, cocinero, atleta o bailarín…. Fuera de este plano, nos los podemos topar a la vuelta de la esquina vestidos de paisano sometidos a la presión de la vida, o sea del tiempo. Aquí su existencia queda suspendida, en entredicho, como la de los inasibles personajes que flotan bajo la “luz plomiza” del teatro Beckettiano. Es mi mirada, en fin, que superpongo a la de Justo. Juzguen ustedes con la suya. A ver qué ven.
Elsa Cajiao C.