Nadie va a descubrir a estas alturas que el rock ha sido una de las manifestaciones musicales más relevantes del siglo XX. Sin embargo, en determinados momentos y en determinados lugares, ha estado bajo sospecha. Y es así porque este género constituye la expresión artística de un estilo de vida, una actitud, un ''habitus'' que no siempre ha sido cómodo para los que detentan el poder.
Desde su nacimiento en Estados Unidos durante los años cincuenta como resultado de la fusión del hillbilly y el Rhythm and Blues, el rock se ha extendido a lo largo y ancho del mundo, adaptándose a los lugares, dictando en ocasiones las modas, reconfigurando sus significados, abriéndose a una variedad de subgéneros e influyendo de forma patente en otros estilos.
Es evidente que hay toda una cultura del rock que acompaña a su música, pues en el fondo su significado depende no sólo de los discursos oficiales (periodísticos, académicos, audiovisuales) sino de esos otros menos visibles pero más encarnados en la vida cotidiana y que forman el inventario de su parafernalia y su merchandising: discos, carteles, fotografías, entradas de conciertos, galardones, instrumentos musicales, pases especiales, camisetas de grupos y festivales, publicaciones especializadas, y hasta ''el uniforme de trabajo'' de algún personaje relevante.
Lo que presentamos en esta exposición es una pequeña muestra de la cultura objetual que orbita en torno al rock y está centrada en una selección de la colección personal de un profesional de la comunicación y la divulgación del rock (El Pirata) y de una estrella de su firmamento (Ken Hensley). Todas las piezas, recogidas en sus lugares originales (conciertos, estudios de radio, viajes… etc.), cumplieron una función real en su momento y su vigencia se justifica porque constituyen las huellas de la identidad y la evolución de este género musical y de los contextos en los que se articula.
Pero hay otra razón igual de poderosa. Los objetos que se exhiben son fetiches de una liturgia de la que sus seguidores participan con veneración. El fetiche es un objeto que posee una trascendencia mágica, es un signo superpotente. No sólo son anclajes de la memoria sino sustitutos de experiencias particulares y forjadores de la identidad de los que los poseen. A ellos se dedica esta exposición. Y también a los visitantes curiosos que estén interesados de una u otra forma por saber algo más de una de las corrientes culturales más importantes que se ha abierto camino también en el siglo XXI. Pasen y vean.
Dirección de la exposición: El Pirata y Kiko Mora