La exposición “Arcadio Blasco, narrador de objetos” nos invita a entrar en el mundo de este prestigioso artista alicantino (Mutxamel, 1928) a través de su dilatada trayectoria como pintor, ceramista y escultor de amplios registros, a la vez que ciudadano que ha vivido con intensidad el papel, no siempre cómodo, de testigo comprometido con el devenir histórico. Unas cien obras procedentes de varios museos, colecciones públicas y privadas, además de las del propio autor, jalonan más de medio siglo de su incesante actividad, desde los años de formación en las Escuelas de Bellas Artes de Madrid y Valencia (1949-53) hasta sus últimas series, como la del “Aprisco” y los dibujos que la desarrollan (2003-08).
Hay que dejarse llevar, siguiendo un orden cronológico, por los ritmos de los arcos de sus “Coliseos”, fascinante síntesis de clasicismo y modernidad fruto de su estancia en la Academia de España en Roma (1953-54) o –tras rendirse ante el enigma de sus esquemáticas “Figuras”– acompañarle en la temprana decisión de arriesgarse en el campo de la abstracción (1955-56), con obras que no han perdido ni un punto de su frescura y vitalidad. Por un momento podemos seguir el gesto de su pincelada, derramando con decisión óxidos y pigmentos sobre las plaquetas de arcilla de sus “Cuadros cerámicos” (1956-64), y asistir a la génesis de unas obras que atestiguan el papel pionero de Arcadio Blasco dentro de la joven vanguardia abstracta española, vivida desde Madrid y con amplia repercusión internacional.
Alguien que narra a través de la materia y se expresa con sus manos decide pronto qué sentido tiene, como oficio, el arte. No podemos traer las vidrieras de tantas iglesias y edificios civiles realizadas por Arcadio desde finales de los cincuenta, pero sí algunos de sus bocetos y fotografías para acercarnos a esta faceta creativa.
A mediados de los sesenta, entre tal vorágine de trabajo (murales, mosaicos, vidrieras, cerámicas...), encuentra el momento de trasladar al lienzo sus “Espirales”, expresión vibrante de su propio universo interior. Muy pronto surgen unos “Objetos-idea” que parten desde esas íntimas volutas con la intención de llegar al laberinto social. Con toda la ironía posible en los títulos, Arcadio dio forma a sus “Propuestas ornamentales para el diálogo”, unos recintos de barro habitables que tuvieron en la Bienal de Venecia de 1970 un visible protagonismo. Algo grave debía estar ocurriendo, sin embargo, para que el artista decidiese transformar el sutil sarcasmo de esas piezas en crítica directa y desabrida a través de sus “Torturas”, implacables alegatos contra el régimen franquista a principios de los setenta. Un poco más adelante, con sus “Arquitecturas”, “Muros para defenderse del miedo” (1974-86) y sus “Ruinas arqueológicas”, la radicalización cede el paso a unas obras más reflexivas y apoyadas en un depurado código en el que destaca la riqueza de sus texturas cerámicas. Son piezas de un artista en plenitud, maduro, sin grietas expresivas.
Sus “Ruedas de molino” (1985-92) ahondan en el discurso filosófico y ético, con significativos huecos y algunos pliegues donde se va acumulando un cierto desencanto junto a detalles de refinada belleza. Los “Homenajes a la Dama de Elche y a Sempere” (1988-90) tienen que ver con la recuperación de sus raíces, tras su vuelta a Alicante. Aquí ha desarrollado, desde 1986, importantes proyectos de escultura pública con claro acento conmemorativo, presentes en esta sala gracias a las maquetas y a un audiovisual realizado para la ocasión. Tras los “Nuevos muros” y las “Nuevas arquitecturas”, piezas más conceptuales y herméticas, Arcadio dialoga con sus pintores favoritos en un acto de sinceridad artística (“Homenajes”, 1992-2002). Finalmente, la instalación del Aprisco sigue narrando, ahora con restos de maderas, nuevas metáforas de nuestra frágil libertad.