Hermana, yo sí te creo. Milana, 15 años

Era 10 de marzo del 2018 sobre las 3 del medio día. Saliendo de casa de mi abuela me doy cuenta de que en un coche se encuentra una pareja. El hombre, muy alterado, chillando y pegando golpes al volante; la mujer, a punto de llorar y suplicándole que se tranquilizase. Hay gente y todxs pasan por delante sin reparar en el coche, ignorando la escena. Yo sigo caminando y llamo a la policía, pero en ese momento pasa el coche y veo que la mujer ya no está dentro. me alarmo y decido retroceder para ver si está bien. La mujer está ahí y le pregunto, me da un abrazo y empieza a llorar. Cuando está más calmada me cuenta que él se altera y le pega, que no la trata bien, y me enseña los golpes que lleva por el cuerpo. Me dice: “me siento muy tonta, porque soy consciente de que me hace daño, pero aún así le sigo queriendo”. Le dejo mi teléfono para llamar a una amiga y le ofrezco acompañarla a la guardia civil para denunciar, pero no quiere, al oír la palabra denuncia se altera muchísimo y me dice que tiene mucho miedo. Me quedo con ella hasta que la amiga llega, porque yo también tengo miedo. Me dió las gracias, se marchó y ahí quedó todo. En ese momento hice lo que pude, pero la experiencia me sirvió para darme cuenta de que la violencia de género y maltrato existe realmente, y más cerca de lo que pensamos y no podemos quedarnos quietas.

Espejos sociales, complejos patriarcales. María, 27 años

Durante mi adolescencia tenía muchísimos complejos. Después de trabajarme considerablemente a nivel personal me di cuenta de que todo aquello por lo que me martirizaba era construido, y la mayoría era en relación a mi físico, como si lo más importante que tuviese fuese mi cuerpo. Mi cuerpo, que es un templo y así debería tratarlo, con amor y no con exigencias. Esto lo he aprendido gracias al feminismo y a la deconstrucción en la que todavía estoy inmersa. Me he dado cuenta de que la sociedad no quiere que te quieras, quiere que te odies. Que no te quiere libre, te quiere manipulada, no te quiere leyendo ni preguntándote, te quiere preocupándote por un físico que con la edad se desvanece, cómo si ser joven y guapa lo fuese todo la vida. Sí la sociedad dejase de decirme lo que debo ser a lo mejor sería libre. Libre para decidir la mujer que quiero ser, sin que me juzguen por no llevar sujetador, por no maquillarme, por no depilarme, por no tener un cuerpo normativo, por decir lo que pienso bien alto y bien claro, y un largo etcétera en la lista de las cosas por las que nos juzgan de manera constante. Señor patriarcado, lo siento por no ser lo que usted quiere que sea. Sólo le pido que deje de aparecer en mi espejo, cuando me siento vulnerable, y me recuerda que sigo teniendo complejos. Deje de aparecer en los espejos de las mujeres. Y así, si usted desaparece, no tendremos que ser valientes, ni fuertes, podremos ser libres para de verdad ser lo que nos dé la gana de ser.

Falocentrismo, cuando una “buena polla” “cura” hasta la orientación sexual. Nerea, 35 años

Hace tiempo me enamoré de una mujer, con la cual estoy casada. He vivido situaciones con hombres que me han o nos han dicho que estamos juntas porque no hemos probado un buen hombre (un buen rabo)... me meo ¡ay pobres! Entre machismo y homofobia es esta historia. No necesito un buen rabo para sentir. Sentir es otra cosa y no hay palabras para describir el verbo.