El mar es un azar que ondula sus olas como los cabellos de las mujeres al viento, hay días en los que se muestra calmoso, otros agitado y convulso, pero siempre se deja bañar por el dorado del sol cada amanecer y por la refulgencia de la luna con el ocaso del día. Y el mar, el día que menos lo esperes, puede deslizar hasta tu orilla una dádiva en forma de mensaje embotellado. Donde yo vivo no hay mar, pero sí hay estanterías colmadas de libros, que, cuando era apenas una chicuela, también eran un azar, un acaso enigmático. Recuerdo a la niña que fui abriendo los ojos como platos ante cada tomo, ante cada título, ante cada autor: recuerdo, con ternura, mis intranquilos y juveniles anhelos por sumergirme de lleno en el mundo que cada libro albergaba en sus páginas, por saber qué sucedía en aquellas cumbres borrascosas, o qué misterios podían acaecer en el transcurso de nada menos que cien años de soledad, o incluso por qué el coronel no tenía quien le escribiera. En una de esas, como cuando el mensaje en la botella llega a su destino, me topé con un nombre, cuanto menos, sugerente: Mario Benedetti. No sé qué resortes se movieron en mi interior, lo que sí sé es que me sentí impelida a abrir el libro: y, en él, encontré flores, alertas y corales, baladas, piedritas y caracoles, pero también encontré mucho más, pues, sin ser consciente de ello, estaba dialogando por primera vez con el autor que iba a ganarse el espacio más grande en los anaqueles de mi habitación y en los de mi alma. Como amante de la lectura, la poesía siempre había sido un género al que me había acercado con cierto retraimiento por las dificultades que considero que entraña. En lo más profundo de mi corazón, sentía un temor inenarrable por no comprender, por no merecer leer cada verso, por no ser suficiente para el escritor en cuestión. Entonces llegó Benedetti para enflaquecer mis temores, para persuadirme de que la poesía también es para mí, para henchir mi alma de sus versos.
Benedetti sabe llegar a los rincones más recónditos de mi espíritu sin haber de utilizar tropos encriptados o de reflexionar sobre cuestiones que rayan en lo abstracto. Benedetti nos habla de eso tan simple y tan complejo que es la vida, ese paréntesis en el que hay espacio para el amor, para la añoranza, para el exilio y para el desexilio, y, en suma, para todo aquello que nos hace ser lo que en esencia somos: humanos. Para mí, la obra de Benedetti es aquello que diría un corazón si pudiera hablar, y eso es precisamente lo que he tratado de cristalizar en este pequeño homenaje a su figura. Son muchas obras de Benedetti las que se han erigido en mi divisa vital, pero quizás haya tres a las que les guarde un cariño más especial por ser las primeras que leí: La tregua, Primavera con una esquina rota, y el poema Botella al mar. Es por ello que son las que he seleccionado para realizar este collage. Partimos de esa pequeña ciudad en el departamento de Tacuarembó, Paso de los Toros, donde un pequeño Benedetti ya guarecía en sus entrañas las historias y los versos con los que encandilaría a cada lector que tuviera la suerte de encontrarse con alguno de sus libros. De las entretelas de Benedetti nace, como flores vivarachas, todo lo que he tratado de verter en mi collage. En Botella al mar, he tratado de traslucir el inconmensurable presente que supone abrir un libro del autor e inmiscuirte en todo aquello que te brinda, es una sensación semejante a abrir esa botella que se posa en la orilla y que alberga en su interior mucho más que un mensaje. En el pasaje de La tregua, trato de representar el amor que cosecha Benedetti en sus obras, que a mi entender se trata de un amor paciente, sincero y calmo, pero sin perder sus centelleos de pasión, es un amor que, en medio de la cotidianeidad más plomiza, irrumpe con un "te quiero" para devolverle a la vida su vigor. Finalmente, con el pasaje de Primavera con una esquina rota me he sumido en esas grietas lacerantes que abre un exilio, esas fisuras que rompen las esquinas del espejo de la primavera. Sin embargo, siempre hay lugar para la esperanza en Benedetti, y, como la flor que emerge impávida del oscuro cemento, la primavera, aunque con su esquina rota, relevará a un invierno que parecía interminable. Todo ello para terminar con el que es, sin duda alguna, uno de mis poemas favoritos: "Defensa de la alegría". Sí, hay que defender la alegría del escándalo y de la rutina, del pasmo y de las pesadillas, de las vacaciones y del agobio, e incluso de la propia alegría. Ese es uno de los mayores legados que Benedetti me dejó, a mí y a cada lector, para afrontar la vida. Porque Benedetti puede ser el poeta del amor, del exilio, de la crítica y la reivindicación, de la ironía y de la añoranza, pero, para mí, es, por encima de cualquier otro calificativo, el poeta de la vida, de la vida en toda su esencia y en todos sus matices, de la vida en mayúsculas.
Mario Benedetti, el poeta de la vida
Carla María Juan Beneyto
Estudiante de los Grados en Español: Lengua y Literaturas y en Traducción e Interpretación: Inglés UA
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